Entrar en aquel Agujero Negro me hizo sentir el más absoluto abandono, el frío gélido de la soledad en su
manifestación magna. El erizamiento de la piel es una débil muestra de la sensación auténtica que
embargó mis sentidos. No es para nada agradable encontrarte en el mayor de los desamparos. Eres tú y
solo tú, no hay nada más en el Universo. No sabes que va a ser de ti, desconoces qué eres o fuiste,
tampoco qué serás. La duda es tu estandarte. Te cuestionas todo, TODO. A ti mismo, a lo vivido en
inmensidad de vidas, el amor, los miedos, los seres considerados por ti, compañeros de camino. Dejas de
creer en todo, en nada confías. Te sientes engañado, traicionado, perdido, despreciado, ridiculizado,
abandonado, en el mayor de los desamparos. Llegas a sentir Nada. NADA. Un bebé indefenso descuidado
por su madre. Y entonces haces un auténtico ejercicio de voluntad, para no perder el norte y caer en la
locura de la desesperación. Sabes en tu fuero interno, o deseas saber que se trata sólo de una cosa, de
confiar, no te queda otra que confiar. Una voz interna se desgañita por rescatarte, impeliéndote a
abandonarte. No sabes de qué manera, pero sabes que se trata de renunciar a todo control. Tú no logras
verlo, mucho menos sentirlo, estas sol@, y tienes la vana esperanza que no sea así, que haya algo en algún
lugar cuidando de ti, siguiendo cada uno de los pasos que das, guiándote frente a la venda impuesta a tus
sentidos. Y manteniéndote en ese, repito, ejercicio de voluntad para no caer en la desesperación, no antes
de haber sido arrastrado al límite, al tránsito del punto más recóndito de la duda y la desconfianza de
poder estar acompañado o no, es cuando por fin se produce el milagro. Ese periodo eterno de existencia en
el que no ha habido nada ajeno a ti y a tu soledad, se desvanece y da paso al punto de luz del final del
túnel. Allí, al fondo, te espera la salida. Todo se encuentra en ese lugar. Esa esfera luminosa se planta ante
ti y te invita a dar el salto final. Es entonces cuando entras en la Luz y te sientes Cristificado. El sello
Crístico se planta en tu Corazón.
Algo ha ocurrido, ya no eres el mismo, lo sabes, lo sientes. Miras atrás y recuerdas los pasos dados
durante tantos tiempos, en especial los últimos, los más duros y complejos, los más desgarradores. Te
alegras, tu corazón se hincha de amor, de agradecimiento y te llenas del éxtasis que siempre fuiste, eres y siempre serás. Ya nada importa.
ALGUNAS VIVENCIAS ASOCIADAS AL TRÁNSITO DE SATURNO POR CASA 12.
LOS PELUCHES DE DIOS, Fran Ortega.
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